Por Dr. Claudio Pereira Salazar
Quiero comenzar este post desde el momento histórico que estamos transitando como humanidad, comenzando desde mi propia humanidad, que intenta abrirse a la posibilidad de que en su interior habita todo el caórdico universo. Escribo desde un refugio en mi querido Valparaíso, marzo del 2020, transitando por la experiencia de la cuarentena voluntaria.
“Volver al pasado es venir al futuro”… me quedó resonando esta frase luego de una video conferencia. Fueron palabras de mi amigo Edilberto de Colombia haciendo referencia a palabras de los ancestros. Y que mejor momento para ir recuperando las perlas de sabiduría de nuestras tradiciones ancestrales, y la orientación que nos dan en estos momentos tan críticos que estamos transitando como humanidad.
Hoy estamos afrontando la pandemia del COVID-19, que a mi parecer lo más importante de esta situación es la pandemia social que se ha desencadenado. Y con esto me refiero a todas las situaciones en torno a las medidas de salud y control social que conlleva un estado de catástrofe mundial como el que está declarado. Más allá de la exacerbación de los medios y de las incertezas respecto a la naturaleza y manejo de la información en torno al virus en particular, lo que estamos viviendo es más bien un umbral hacia nuevas formas de relacionarnos e interactuar.
El llamado de las autoridades políticas y sanitarias es al aislamiento social, y el confinamiento en los hogares es la tendencia en las medidas de afrontamiento a la pandemia. La situación nos invita a todos a una responsabilidad colectiva frente a una amenaza invisible y mutante que avanza en vivo y en directo en todos los rincones del planeta augurando medidas restrictivas y de cuidado sin precedente.
El llamado al aislamiento social genera profundos impactos en la manera en cómo nos relacionamos y pone en crisis nuestros estilos de vida y cotidianeidad. Vivimos con un virus omnipresente, silencioso y agresivo, que sumado a su impacto sanitario, ataca algo primordial de nuestra naturaleza, la tendencia gregaria, la necesidad de contacto e interacción cara a cara, del abrazo, del beso, del encuentro, de la necesidad de darle cuerpo a la comunidad. Y no solo eso, el “Otro” se transforma en una amenaza, el espacio público se transforma en peligroso, la familias entran en conflictos al percibir la amenaza desde diferentes perspectivas y tensionar el cuidado familiar con la necesidad de salir al mundo a trabajar e intentar sostener un sistema de vida que nos de seguridad.
Lamentablemente, en este escenario el miedo es promovido por los medios de comunicación, y entre realidades y construcciones mediáticas nos sentimos altamente vulnerables. Una vez más en nuestra historia el miedo se hace presente como medida de control de masas, llevando a las comunidades a atomizarse, refugiarse, a esperar que los expertos o políticos resuelvan la catástrofe, mientras cooperamos con nuestro confinamiento. Un miedo que penetra en lo más íntimo de nuestro ser, en el control del cuerpo, haciendo eco a los dispositivos de poder que se articulan en el cuerpo, siguiendo las reflexiones sobre el biopoder de Foucault.
Foucault considera que el biopoder ha sido un elemento indispensable para el desarrollo del capitalismo. Nos dice que ha servido para asegurar la inserción controlada de los cuerpos en el aparato productivo, y para ajustar los fenómenos de la población a los procesos económicos. De ahí la importancia creciente de la norma y, consiguientemente, de la normalidad. La norma es lo que puede aplicarse tanto a un cuerpo que se quiere disciplinar cuanto a una población que se quiere regularizar.
Desde aquí sólo me gustaría dejar planteada la pregunta:
¿Qué control se está ejerciendo en la actualidad con las restricciones del uso y desplazamiento de nuestros cuerpos vulnerables en estados de emergencia social?
Algunos tienen la sensación de que se está parando y podemos parar el mundo, darnos un respiro para ordenar la casa y responder adaptativamente a una situación de emergencia global. Pero lo cierto es que el mundo no ha parado, la cadena de distribución de suministros es prioritaria para satisfacer las necesidades básicas frente a una crisis. Pero el mundo no para, todo en la naturaleza y la vida social está en permanente cambio y transformación, del caos al orden, en movimientos dialécticos, que la mayoría de la veces responden a decisiones de los grupos de poder que defienden sus verdades parciales y que tristemente se han cultivado en historias de tensión entre la paz y la violencia, caracterizados por el juego de poderes y el culto a las diferencias entre hermanos y hermanas.
Creo que toda esta situación, ha puesto a prueba nuestra capacidad de reacción frente a las amenazas globales. Estadistas e investigadores muestran tendencias y pronósticos sobre el comportamiento del corona virus en todos los países, con números que vaticinan los futuros escenarios, donde al parecer hay que prepararse para peores condiciones mientras día a día aumentan las cifras de contagiados y muertos.
En este escenario, algunos por decisión voluntaria, por sentido común o por obligación tenemos que adaptarnos a la experiencia del confinamiento, tomar decisiones sobre el abastecimiento, quién entra o sale de casa, con quien nos juntamos, como nos juntamos, como nos cuidamos, a quién cuidamos.
Para bien o para mal las familias que se quedan en casa se reconocen, pero también se exacerban los conflictos, las diferencias, los roles, la vida en el hogar y nuestras actitudes y creencias frente a la situación. Se comparte la nostalgia a la normalidad, el deseo que todo pase pronto, de volver a tener el mundo como espacio vital. Aumentan los niveles de estrés por el confinamiento y la multifuncionalidad concentrada en un mismo espacio.
Lo curioso de esta crisis sanitaria global es que a pesar de todos los problemas sociales y pérdidas de vidas humanas a nivel planetario, también se han presentado algunos colaterales positivos, como por ejemplo el descenso de la emisiones de carbono de los países industrializados, vuelven los animales a las zonas urbanas, se está promoviendo toda una cultura de trabajo y estudio desde casa, que promete quedarse como una fuerte tendencia de cambio social y de organización de la vida cotidiana, se han fortalecido los espacios íntimos de vida familiar, se dan las condiciones para reflexionar en familia sobre el sistema de vida actual, etc.
Desde una visión más positiva se abren las oportunidades de recordar prácticas y experiencias que nos
vinculen a lo esencial, cocinar en familia, compartir las recetas de la abuela, hacer pan, hacer o trabajar una huerta, darse el tiempo para cantar, danzar, escribir poesías, contar historias, jugar, meditar, valorar el encuentro y la conversación entre seres humanos que coexistimos en este loco mundo.
Personalmente, la pandemia ha significado para mi disponer de nuevos espacios para el trabajo personal, el aprendizaje, el compartir buenas conversaciones en línea, a conectarme desde la distancia y el corazón con mi familia, retomar prácticas de autocuidado, ordenar mis espacios interiores y exteriores, actualizar pendientes, seguir soñando e incluso reflexionando para compartir estas palabritas en un post.
Retomando lo enunciado al comienzo de este escrito voy a compartir con los lectores y econautas de nuestra escuela lo que creo que es un mensaje del pasado que deberíamos escuchar profunda y atentamente, sobre todo por las condiciones de vidas actuales y la aparente vulnerabilidad del orden social.
Quisiera advertir que no me refiero a una propuesta ingenua de mirar en el pasado indígena la respuesta explícita a nuestros dilemas civilizatorios, sino más bien a la
exploración, rescate, resignificación y revinculación de la especie humana con un sistema de pensamiento ecosistémico, naturalista, comunalista y orgánico, que nos vuelve a colocar en el concierto de la red de la vida. Es un sistema de pensamiento capaz de actuar profundo en nuestras representaciones mentales para avanzar hacia un cambio paradigmático. Comentaremos visiones y principios fundamentales de la naturaleza del ser humano y la vida en sociedad, que nos pueden orientar en la construcción de acuerdos y la generación de sabiduría colectiva para afrontar los escenarios futuros.
Desde el trabajo que venimos realizando en el campo de la Ecopsicología y en el desarrollo del modelo Koru, hemos dado mucha importancia a las sabidurías ancestrales y a las prácticas y conocimientos de las tradiciones chamánicas, dotadas de la riqueza de la tradición cultural, de prácticas, rituales y del pensamiento ecosistémico inherente a una relación de pertenencia, reciprocidad y armonía con la naturaleza.
Desde la Ecopsicología partimos del principio de que el estado actual de la crisis planetaria en un nivel profundo, responde a una crisis de la percepción, que conlleva la experiencia de concebirnos separados de la red de la vida, una percepción enajenante que implícitamente niega el vínculo del ser humano con la naturaleza y el mundo vivo. La percepción de ser seres separados de la naturaleza y los ciclos del universo ha sido el cimiento de la visión de mundo en occidente. Al situar al ser humano por sobre la naturaleza, hemos exacerbado nuestro ego, individualidad, competencia, dominación de unos sobre los otros, y finalmente una cultura profundamente antropocéntrica, patriarcal, fragmentada, individualista y competitiva, dando por resultado la soledad y el aislamiento que hoy día se presenta como una caricatura de nuestra salvación.
Pero el caso es que somos protagonistas de un sistema que ya está en fuerte cuestionamiento. Curiosamente este virus llega en el momento en que el mundo se enfrenta a una guerra económica de potencias y a su vez a un despertar de los movimientos sociales que en diferentes países y reivindicaciones parecían aflorar por todos los rincones en un clamor de indignación, en demandas de justicia, de igualdad, de equidad e inclusión. Un tejido social que se ha ido urdiendo desde hace décadas y que parecía emerger en un fuerte clamor ciudadano, sumado a las conciencias de las nuevas generaciones y las posibilidades de las tecnologías y las redes sociales.
Como humanidad tenemos la posibilidad de soñar mejores futuros que las condiciones actuales que estamos presenciando. Entre los futuristas podemos vislumbrar proyecciones de un mundo sostenible y tecnologizado, visiones de comunidades que integran el desarrollo tecnológico en equilibrio con la naturaleza. Sin embargo la brecha para alcanzar si quiera los cuestionados Objetivos de Desarrollo Sostenible se ve abismante, tal vez viable para algunos sectores privilegiados, pero no tan claro para la enorme mayoría de seres humanos acostumbrados a la dependencia y hacinamiento urbano.
Durante años he seguido y participado en grupos y redes vinculados a los movimientos de ecoaldeas y de permacultura, y hasta el día de hoy siento en mi corazón una profunda convicción y fuerza que me impulsa a sostener una “ecotopía”, que me lleva a creer en el poder de la comunidad intencionada en armonía con la naturaleza, como una condición necesaria para volver a humanizar, naturalizar y reconectar nuestro comportamiento como especie frente a nuestros disfuncionales y enfermos sistemas desde la perspectiva del ecosistema terrestre. Llevo en mi corazón y propósito las propuestas de estos movimientos, pero creo que no hemos sido capaces de provocar esa masa crítica para estar preparados para estos tiempos. Hay ejemplos y proyectos maravilllosos, así como iniciativas de transición articulándose a nivel planetario, pero aún a una escala marginal en relación a la cultura dominante o peor aún fagocitadas por la sociedad del consumo y moda verde.
Y aquí es donde nos surgen muchas preguntas
¿Cómo impulsar la transformación hacia una conciencia ecosistémica en una cultura que se ha desconectado de su propia naturaleza?
¿Cómo resignificar el sentido de comunidad cómo una alternativa frente a la crisis del sistema?
Advierto que no tengo las respuestas, sólo más preguntas, pero sí me provocan algunas reflexiones. Creo que es debatible y cuestionable si efectivamente hay una crisis en el sistema, o si dicha crisis es por generación espontánea de las dinámicas sociales o más bien responde a una ingeniería social de malévolas y conspiranoicas intenciones. O si estamos ante las puertas del anhelado cambio social y despertar de la conciencia, o todo es parte de un orquestado montaje de manipulación de los poderes fácticos, o hasta mejor mantenerse en la creencia de que nuestros políticos se iluminarán de una vez por todas para tomar buenas decisiones.
Pero voy a suponer, frente a la abrumante evidencia de los hechos y contingencias históricas, que efectivamente estamos en un punto de inflexión, un momento histórico que pone a prueba la inteligencia colectiva, que hoy más que nunca, sea por un virus o por los frágiles sistemas ecológicos, estamos alterando significativamente el equilibrio necesario para sostener la vida en el planeta o a lo menos a la especie humana.
Aquí me gustaría hacer eco al principio huna de: “el momento de poder es ahora”. Estamos en el momento de actuar ya, necesitamos responder adaptativamente hacia las amenazas del presente. Y creo que uno de los grandes recursos que disponemos como humanidad es la sabiduría colectiva y el poder de la comunidad, cuya importancia en la organización social de nuestra especie se enraiza en la ancestralidad de nuestras tradiciones milenarias.
Por esto veo muy pertinente compartir algunos principios y visiones del mundo andino muy coherentes con el paradigma de la Ecopsicología, por representar un saber olvidado pero vigente. Principios que nos invitan a replantearnos el estilo de vida occidental y recuperar un saber olvidado, un saber de la vida, de la comunidad, de la reciprocidad, del amor a la madre tierra y al mundo vivo. Tal vez efectivamente escuchando y observando al pasado podamos encontrar respuestas a este nuevo mundo que emerge post-pandemia.
Para ponernos en contexto, la cultura andina surgió hace más de 5.000 años de antigüedad, aunque los relatos de los ancestros se refieren a una espiritualidad que se remonta más allá de los 14.000 años de antigüedad. Cómo sea, hablamos de una cosmovisión compartida por una civilización cuyo legado cultural se sostuvo por milenios, resguardada en el seno de las tradiciones indígenas de los andes pero con plena vigencia como una filosofía de vida que renace con fuerza en estos tiempos y nos vincula a saberes ancestrales de una rica tradición y conexión con nuestros territorios. Hablamos de una espiritualidad chamánica de reverencia, respeto y protección a la madre tierra.
Nuestros antepasados tenían una visión distinta del por qué estamos aquí. Hoy el planeta está enfermo porque los seres humanos no están comprendiendo que su propio bienestar depende de vivir en armonía con la naturaleza y el cosmos. Esto es un aspecto central en el quehacer de la Ecopsicología, por lo que resulta imperante mirar nuestras tradiciones ancestrales en busca de respuestas a los de desafíos de la actualidad.
Para el mundo andino el bienestar del ser humano depende de vivir en armonía con Pacha Mama o madre tierra, de estar “siendo” con ella. Por lo que resulta fundamental estar observando en nuestro vivir diario como nos relacionamos con la naturaleza.
Lamentablemente el estilo de vida occidental está muy alejado de la armonía con la madre tierra, la hemos explotado y contaminando, y peor manipulado hasta el punto de experimentar pandemias de virus que ponen a prueba nuestros sistemas sanitarios.
Otro aspecto importantísimo de la cosmovisión andina es que busca naturalizar al ser humano, esto es incuestionable ya que es hijo de la madre tierra. La cosmovión andina concibe al ayllu o “comunidad” como parte misma de la naturaleza, la comunidad se incluye con el territorio como un ente vivo al igual que las montañas, ríos y bosques. Todos son considerados sagrados y cohabitantes del ayllu. El ser humano andino no busca dominar la naturaleza, sino estar en equilibrio y armonía. Cualquier daño a la madre tierra repercutirá directamente en la vida de la comunidad. Tienen conciencia de que lo mejor para la salud de la comunidad es equilibrar el ciclo humano con el ciclo cósmico de la naturaleza. Por lo tanto, en la sabiduría andina el ser humano es considerando como un miembro social de una comunidad mayor que comprende a toda la vida y fuerzas de la naturaleza que habitan en nuestro planeta, en el cosmos y en nuestro interior.
Derivado de lo anterior, otro aspecto fundamental de esta sabiduría ancestral es que el mundo andino considera el vivir, pensar y sentir en un sentido colectivo, es decir, desde una fuerte identificación con la comunidad de vida y donde prima la ayuda mutua y el trabajo comunal como una manera de sostener el equilibrio con todos los mundos o pachas que conforman el universo multidimensional de los andes.
El Buen vivir o Sumaq Kausay o Allin Kausay (término Quechua) es la parte principal de la antigua escuela de los khapaq Kuna. Hombres y mujeres de sabiduría y conocimiento de los andes. El Allin Kausay, que se puede traducir como ‘esplendida existencia’ o ‘ vivir bien’, es un principio importante de la disciplina o ‘modo de vida’ andino-amazónico que se inicia con el Allin Ruay, o el ‘hacer bien’ las cosas, es decir, ‘hacerlas realmente’ y para esto se precisa que cada cosa surja o ‘devenga’ de un equilibrio de pares proporcionales y complementarios, que es como se comprende el orden natural en la sociedad indígena.
La oposición complementaria o ‘Yanan-Tinkuy’ entre ‘las paridades’, por ejemplo del calor-frío, la luz-oscuridad, , lo masculino-femenino, etc., es lo que produce “el existir real” de las cosas en movimiento, como la vida, el buen clima, la paz, la armonía, el trabajo, etc. También puede surgir la des-proporción o desequilibrio de los pares y este es un deterioro del Allin Kausay que es lo que crea situaciones anómalas, pero no por eso ‘malas’, las enfermedades, las tempestades, el dolor, el desempleo, etc., es decir todo lo que nos hace sufrir.
Desde este planteamiento, la visión andina en vez de entender la existencia de un universo, perciben la existencia de un pariverso, en una danza de fuerzas opuestas y complementarias que dan origen a toda la existencia.
El ser humano comprendiendo este comportamiento del medio natural, propicia el llamado “equilibrio h’ampi” que es el arte de saber encontrar el ‘justo medio’ según el momento y la circunstancia, en este complejo juego o trama de fuerzas pares que predeterminan cualquier situación del ‘kausay’ o ‘existir’. Así el criterio de verdad no se da por dogmas idealistas como es la costumbre del occidente, sino por la búsqueda y el encuentro del ‘equilibrio h’ampi’.
El Qhapaq Ñam se traduce como el camino de los justos o el camino de la sabiduría, y constituye el camino hacia el Sumaq Kawsay, entendido cómo el “estar siendo”, que puede entenderse como un proceso de permanente manifestación del ser naturaleza en el devenir de la vida. Nuestra vida está constantemente avanzando por los ciclos en continuo movimiento y flujo. Por lo tanto, desde la cosmovisión andina se considera al ser humano en permanente cambio y movimiento, no es una entidad estática, sino una colectividad dinámica y emergente.
Precisemos algunos de los valores y principios andinos que nos pueden orientar en soñar un mejor mundo posible y que pueden ser la guía para cualquier colectivo o comunidad humana para este y todos los tiempos.
El ‘Allin Munay’ o “querer bien”, es un principio andino que señala que para vivir espléndidamente se debe ‘querer bien’, ‘amar fuerte’, saber sentir al cosmos, a la comunidad, a los semejantes y al medio circundante, a la madre naturaleza, a Pachamama. Nos invita a ver el amor como una semilla que se cultiva y a despertar la naturaleza amorosa en el ser humano
El Allin Yachai o “Saber bien”, significa aprender bien, usar la sabiduría para el bien, comprender y estudiar a conciencia, aprender bien la sabiduría ancestral, porque es la búsqueda de la verdad la que libera. El Allin Yachai nos invita a desarrollar el poder del conocimiento y la sabiduría, los cuales son generados y transmitidos en forma colectiva.
El Allin Ruray o “hacer bien”, significa laborar bien. Nos invita a desarrollar el poder creativo en el trabajo. Para esto hay diferentes sistemas de reciprocidad comunitaria como lo son el ayni, mita, minka, wayka. Estas son formas de organización comunitarias para resolver problemas y ser felices, basados en el esfuerzo y el empeño de realizar bien todo lo que nos propongamos. Es a través de las buenas acciones que se define su “estar siendo” vinculado a una conciencia comunitaria, como una comunidad integrada, cuya existencia se expresa a través del allin ruray. Entonces en el mundo andino el trabajo es el estar siendo a través del haciéndose bien. Diferente al hacer mal las cosas del mundo occidental, cómo en la obsolescencia programada.
Estos principios andinos son pues los tres pilares sobre los que se construye el Allin Káusay o Sumac Káusay, simples y muy poderosos.
Si pudiésemos reconectar a la conciencia de las presentes y futuras generaciones con el legado de la sabiduría ancestral tal vez podríamos abrir nuestras conciencias hacia antiguas percepciones de la realidad que resuenan como alternativas frente al caos actual. En este mundo en crisis, en el que cuesta encontrar seres humanos con propósito, que encuentren un sentido a la vida, con jóvenes que se educan desde una cultura del consumo y la competencia, tal vez ha llegado el tiempo de probar otras fórmulas. Proponemos que parte de la solución consiste en revincular a los seres humanos con las tradiciones de los ancestros, que a pesar de toda la historia de colonialismo ha resistido como una semilla, bien cuidada por los pueblos originarios, una visión de mundo que es necesario honrar y reactivar en los corazones de todos los seres humanos, sin distinción de territorios y razas, pues se trata de una sabiduría sin tiempo, gestada en la profunda relación de los seres humanos con la naturaleza.
Desde Koru Transformación seguiremos trabajando y profundizando en el buen vivir en nuestros talleres, investigaciones y proyectos. Super bienvenidos y bienvenidas a participar de nuestros espacios para aprender y seguir multiplicando la semilla del buen vivir y la Ecopsicología en los corazones de todos los seres.
Para terminar estas reflexiones les dejo una última pregunta, a ver si se animan a comentar:
¿Qué les provocan estos principios del Buen Vivir en nuestra situación actual?
Un Fuerte abrazo,
Y escuchar el mundo natural es conectarnos con el Inconciente Ecológico, es cultivar la inteligencia natural que habita en los seres de todos los reinos, es abrirnos al mensaje de los animales, de los elementos, de las plantas, los árboles, las montañas, ríos, mares, e incluso las estrellas. Por que todos los elementos y seres de nuestro planeta son expresiones de la vida, son frecuencias inteligentes que podemos develar si aprendemos a sintonizarnos y decodificar sus mensajes.